Es un hecho que el dolor o sufrimiento se sutiliza hasta lo imperceptible, y alguien puede sufrir porque se le ha roto una uña igual que alguien a quien se le ha muerto un familiar. El dolor es el mismo, es la misma incomodidad que nos impide ser Felices plenamente y no importa tanto la cantidad o cualidad del dolor, como su existencia en nuestra manifestación, que nos impide vivir en paz.
Podemos amar a alguien, a nuestro auto, a nuestro perro, a nuestro presentador del programa favorito, pero mientras no tenemos aquello donde nos permitimos amar, ¿qué tenemos?... ¿Anhelo de que aquello esté?... ¿Deseo de lo que no tenemos delante, en nuestro presente más inmediato?... Nos acostumbramos a amar una insignificante parte de la vida expresándose a nuestro alrededor, y así dirigimos nuestra intención de amar a unas pocas cosas, personas y circunstancias. ¿Qué ocurre entonces cuando tenemos más amor para dar y sólo nos permitimos amar limitadamente?... El malestar se presenta, y así nuestra necesidad de amar se convierte en un control férreo sobre las pocas cosas o personas que nos dan espacio para dar. Entonces queremos amar a la fuerza, y queremos que los demás nos amen esperando realmente que estén ahí, no sólo para que nos amen, sino para que nos permitan amarles. Y así queremos ayudar a los demás a la fuerza, y no queremos que se vayan de nuestro lado, pues, ¿a quien podremos dar entonces nuestro amor para sentirnos amados?... Y por otro lado estamos programados para juzgar todo, y así juzgamos lo que no forma parte de nuestro pequeño grupito de cosas o personas amadas… “Aquél es un tal, el otro un cual, tú has de cambiar tal cosas de ti, el otro ha de actuar de otra forma…” Hasta que no dejemos de juzgar y comprender que cada cual hacemos lo que podemos según el estado donde nos encontramos, no podremos amar más allá de nuestro pequeño mundito egoísta de satisfacción personal, y así deseamos ver a un niño que indefenso no puede rechazar nuestro amor en forma de abrazos y besos que no siempre ellos necesitan, porque aún aman todo sin límites y no sienten la necesidad de enfocar su amor en unas pocas personas o cosas: Aman todo lo que ven y lo exploran, lo investigan, lo tocan, lo muerden, lo huelen… Aún no están programados para amar sólo a una pequeña parte del todo. Pero nosotros, los que fuimos programados, creemos que ellos necesitan lo mismo que nosotros, y sufrimos cuando ellos no tienen lo que nosotros porque creemos que sufrirán igual; pero en realidad es sólo nuestro sufrimiento por estar limitados a amar una pequeña parte de todo lo que podemos amar en realidad., para vivir en un amor limitado muy lejos del amor incondicional…
Hacemos yoga y nos centramos en nuestro cuerpo, visualizamos luces que salen de nuestro corazón y purifican nuestros órganos y tejidos corporales, siendo esto perfecto, pues nos estamos amando a nosotros mismos, a aquello de lo cual formamos parte como ser humano, pero ¿cuándo expandiremos ese amor fuera de nuestro cuerpo?... ¿Cuándo nos daremos cuenta que tenemos amor suficiente para visualizar la luz de nuestro corazón expandiéndose por todo el planeta?... ¿Cuándo saldremos del Yo y del amar egoísta para expandir nuestra luz más allá de nuestra casa, cosas, y familia?... ¿Cuándo nos respetaremos lo suficiente para respetar a los demás y amarlos sin juzgar sus actos porque nuestra programación nos indica que han de ser como nosotros queremos que sean?...
Cuando el limitado terreno de amor en el cual vivimos se expanda más allá de nuestras fronteras cercanas, el dolor comienza a desaparecer, el respeto y la tolerancia comienza a florecer, la paz comienza a asentarse, y el mundo entero que comenzamos amar sin juicio, inevitablemente comienza a transformarse.
Así que me parece algo muy interesante, que cada uno de nosotros observemos nuestro campo de amor. ¿Hasta donde llega?... ¿Hasta nuestra esposa e hijos?... ¿Hasta nuestro coche o casa?... Porque la amplitud de ese campo determinará la cantidad de dolor que sentimos, porque limitado el amor, se convierte en dolor, en represión, para sentirnos presa a punto de rebalsar que no es capaz de contener más agua, y en la programación buscaremos amar a un nuevo coche, a un nuevo bar donde emborracharnos, a una nueva droga, a todo aquello que nos haga olvidar simplemente: QUE EL DOLOR QUE TENEMOS, ES EL AMOR QUE NO ESTAMOS DANDO.
Y este amor del que hablo, no es sexo físico, ni relación de pareja, ni de relación familiar, es más parecido a un fluir sin juicios, sin prejuicios, sin límites… Es como el sol, que ilumina a todos independientemente que podamos nosotros considerarlos buenos o malos, inmaduros o sabios, merecedores o no merecedores de algo… El Sol no se entretiene en tales absurdeces, ¿Por qué lo hacemos nosotros?...
ISAAC FERNÁNDEZ DE LA VILLA.
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