ISAAC FERNÁNDEZ DE LA VILLA.
Entré en la biblioteca.
- Estoy buscando la verdad –le pregunté al bibliotecario.
- ¡Sígame!
Lo seguí hasta una habitación llena de estanterías sobrecargadas por cientos de libros, de distintos tiempo y edades, de tamaños, y de infinidad de colores.
- ¿Cual verdad está usted buscando? –me dijo mientras me invitaba con la mano a ojear los tomos.
Budismo, Hinduismo, Taoísmo, Cristianismo, y siguieron los –ismos interminables y sus derivados hasta que me olvidé qué buscaba. Pero atrapado en mi búsqueda hubo un momento de reflexión que me hizo recordar.
- Busco la Verdad que me hará libre –le dije contento por haber reconocido de nuevo cual era mi meta.
El anciano se quedó pensando unos instantes.
- ¿Libre?... ¡De qué! –ahora pensé yo-… ¿De qué se puede ser Libre?... Mejor, ¡sígame!...
Y el tiempo pasó siguiendo a otros de habitación en habitación, para finalmente dejar mi vida sin ser libre nunca, sin saber si podía serlo, y sin encontrar la Verdad. Pero lo peor de mi búsqueda fue cuando buscaba y buscaba sin saber qué buscaba, siendo y viviendo como un muerto más dentro del grupo de los muertos.
“Otro discípulo le dijo: Señor, permíteme ir primero a sepultar a mi padre, pero Jesús le respondió: Sígueme y deja a los muertos sepultar a sus muertos” (San Mateo 8:21-22)
Pero para no terminar así, busquemos qué pasó en el principio:
“Al principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba confusa y vacía y las tinieblas cubrían la haz del abismo, pero el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas. Dios dijo: Haya luz; y hubo luz. Y vio Dios ser buena la luz y la separó de las tinieblas...” (Génesis1:1)
Y entonces surgió a la existencia la gran pregunta: ¿En qué me ayuda todo eso si mañana tengo que ir otra vez a un trabajo que odio, pero me veo obligado si quiero mantener la casa sobrevalorada por la especulación comercial, la cual me encadenó a la usura bancaria hipotecaria durante los próximos cuarenta años de mi vida?...
Entonces, por fin descubrí una Verdad, con “V” mayúsculas: ¡No soy libre!... Estoy encadenado tanto a cosas físicas como psicológicas que me impiden serlo. Pero ¿libre para qué?... ¿Qué es lo que desea todo ser humano cada instante de su existencia?... ¿Cual es ese deseo que nos lo escondieron bajo miles de deseos superficiales que nos atrasan el encontrar la Meta de todas las metas?... Es sencillo: Cada uno de nosotros queremos ser libres para SER FELICES.
Y una voz dentro de mí dijo: Por fin diste el primer y más importante paso para ser Libre… Reconocer que no lo eres.
Entré en la biblioteca.
- Estoy buscando la verdad –le pregunté al bibliotecario.
- ¡Sígame!
Lo seguí hasta una habitación llena de estanterías sobrecargadas por cientos de libros, de distintos tiempo y edades, de tamaños, y de infinidad de colores.
- ¿Cual verdad está usted buscando? –me dijo mientras me invitaba con la mano a ojear los tomos.
Budismo, Hinduismo, Taoísmo, Cristianismo, y siguieron los –ismos interminables y sus derivados hasta que me olvidé qué buscaba. Pero atrapado en mi búsqueda hubo un momento de reflexión que me hizo recordar.
- Busco la Verdad que me hará libre –le dije contento por haber reconocido de nuevo cual era mi meta.
El anciano se quedó pensando unos instantes.
- ¿Libre?... ¡De qué! –ahora pensé yo-… ¿De qué se puede ser Libre?... Mejor, ¡sígame!...
Y el tiempo pasó siguiendo a otros de habitación en habitación, para finalmente dejar mi vida sin ser libre nunca, sin saber si podía serlo, y sin encontrar la Verdad. Pero lo peor de mi búsqueda fue cuando buscaba y buscaba sin saber qué buscaba, siendo y viviendo como un muerto más dentro del grupo de los muertos.
“Otro discípulo le dijo: Señor, permíteme ir primero a sepultar a mi padre, pero Jesús le respondió: Sígueme y deja a los muertos sepultar a sus muertos” (San Mateo 8:21-22)
Pero para no terminar así, busquemos qué pasó en el principio:
“Al principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba confusa y vacía y las tinieblas cubrían la haz del abismo, pero el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas. Dios dijo: Haya luz; y hubo luz. Y vio Dios ser buena la luz y la separó de las tinieblas...” (Génesis1:1)
Y entonces surgió a la existencia la gran pregunta: ¿En qué me ayuda todo eso si mañana tengo que ir otra vez a un trabajo que odio, pero me veo obligado si quiero mantener la casa sobrevalorada por la especulación comercial, la cual me encadenó a la usura bancaria hipotecaria durante los próximos cuarenta años de mi vida?...
Entonces, por fin descubrí una Verdad, con “V” mayúsculas: ¡No soy libre!... Estoy encadenado tanto a cosas físicas como psicológicas que me impiden serlo. Pero ¿libre para qué?... ¿Qué es lo que desea todo ser humano cada instante de su existencia?... ¿Cual es ese deseo que nos lo escondieron bajo miles de deseos superficiales que nos atrasan el encontrar la Meta de todas las metas?... Es sencillo: Cada uno de nosotros queremos ser libres para SER FELICES.
Y una voz dentro de mí dijo: Por fin diste el primer y más importante paso para ser Libre… Reconocer que no lo eres.