Como seres humanos sujetos a polaridad, acostumbramos a pasar de un extremo a otro; si fuimos reprimidos y oprimidos, en cuanto podemos, nos dejamos llevar por el libertinaje, dando rienda suelta a los instintos más básicos, como el egoísmo y la codicia. Instintos que acechándonos desde que nacemos, se acentúan en la niñez y adolescencia, donde sin la educación adecuada para compensarlos, maduramos hacia el situarnos por debajo de los animales, porque capaces de diferenciar el bien del mal, actuaremos como ellos, o peor, pues sólo viven por instinto natural; si es que no los domesticamos para hacer otras cosas.
Pasando de un extremo a otro poco avanzamos en temas de importancia para ser felices, como sería plantear una Educación más efectiva hacia la finalidad de hacernos felices. Las educaciones debieran orientarse como primordial objetivo y por encima de cualquier otro: A crear sociedades Felices. Que significa, educar para llevar a cada uno de sus ciudadanos, tanto a niveles de Confort económico saludable, como hacia la agudización de la reflexión personal que libere de las programaciones mentales condicionantes. Así cada ciudadano podrá decidir qué creer, y qué le conviene hacer con su vida desde lo que siente realmente.
Por la evolución inherente a todo, las mismas acciones de antes ya no son tan efectivas, y esforzarnos en una educación y maneras de actuar heredadas del pasado, irremediablemente trae resultados desagradables, conflicto evolutivo, por aspectos que se intentan conservar a toda costa por considerarlos inalterables. Así se produce un equilibrio antinatural creador de aberraciones, porque todo evolucionó, menos lo que pretendimos conservar.
Una madre se quejaba de su hija porque todas las tardes se escribía por Internet con sus amigas. Un día la criticó delante de la abuela, que no gustaba meterse en tales discusiones, pero en aquella ocasión se vio forzada a opinar:
- ¿Qué te parece esta niña?... Todas las tardes escribiendo en esa computadora –renegó la madre de su hija, dirigiéndose a la abuela-… ¿A que tú cuando eras joven no hablabas tanto con tus amigas?
La anciana reflexionó en silencio durante unos instantes y luego contestó.
- En verdad, que cuando yo era joven me pasaba horas pensando qué iba a escribirles a mis amigas, para de esa forma, equivocarme lo menos posible al usar la pluma y el tintero de mi padre... ¡Cuanto hubiera deseado tener esa computadora y saber manejarla para escribirme con ellas como lo hace!... En verdad, yo escribía igual que lo hace ahora tu hija: Pues, escribía siempre que tenía la oportunidad.
La evolución exige cambios aunque no siempre encontramos los más adecuados o efectivos. Por esto, antes de cambiar alguna cosa en nosotros, conviene saber los efectos que producirá. También podemos resistirnos a cambiar aspecto alguno, y dejar que la vida en su eterna evolución los produzca a la fuerza, lo que suele traer mayores sufrimientos que los propios de esforzarnos por cambiar nuestras personalidades condicionadas.