Vinimos de alguna parte, y entramos en el parque de atracciones. Deslumbrados quedamos por las luces coloridas, por los veloces giros de los cacharros, de las máquinas, prometedoras de sensaciones y emociones múltiples. Y en la entrada nos dan la hora de salida; el parque de atracciones cierra a las 12 de la noche, pero es temprano y no tenemos prisa. Nos montamos en una y otra atracción sin prestar atención al tiempo, alguna a nuestro cuerpo, para beber y comer entre escalofríos de emoción e ilusiones, mientras hacemos colas, impacientes porque llegue nuestro turno de montarnos en la atracción elegida en aquél momento… La gran montaña rusa sobresale por su altura entre todas las elecciones, y tras esperar la cola más larga, porque promete mayor experiencia emocional, nos subimos… Unas cadenas o cualquier otro sistema mecánico nos eleva, montados en el cochecito, junto a más personas, sin esfuerzo todos somos arrastrados hacia la cumbre, esperando el encuentro con el vacío del descenso estrepitoso. Gritos, llantos, alegrías desbordadas, fluyen junto al viento que nos da en el rostro. Al final del recorrido alguien nos guía para salir, pero; ¿Y si no hubiera nadie?... ¿Y si pudiéramos estar dando vueltas en la montaña rusa eternamente a nuestra voluntad?... A las 12 cierran el parque de atracciones, y algunos pudieron ignorar la hora, para seguir dando vueltas en la montaña, subiendo y bajando, pero, ¡Oh!... La electricidad de las máquinas fue cortada, hay que esforzarse para subir, entre algunos logran subir un cochecito a la cima, derrotados, cansados, se montan y se lanzan de nuevo, ya no hay nadie que les indique la salida, quizá algunos incluso la conozcan y sigan ignorándola… ¿Cuantas veces más podrán empujar el cochecito?... ¿Cuántos serán necesarios para hacerlo mientras se van rindiendo los compañeros de locura?... ¿Cuándo estaremos hartos de siempre lo mismo sin salir del bucle?... ¿Merece la pena tanto esfuerzo para tan poca gratificación?... Y la puerta de salida sigue en el mismo sitio, esperando a ser cruzada por quienes ya se hartaron de este parque de atracciones y eligieron ir a otro, en otro momento quizá, cuando asimilemos la experiencia vivida en un día cualquiera, de eónes cualesquiera, de la eternidad perpetua…
Isaac Fernández de la Villa.
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