
(Krishnamurti: El libro de la Vida).
Cuando uno ya es capaz de observar sus procesos internos con atención, cuando se ha salido del dominio de la programación, donde los psiquiatras y sicólogos se mueven para ayudar más o menos a solventar ciertas incomodidades, ¿qué sentido tiene confiar en quien te pide confianza?... ¿Se cree capaz de guiarte?... ¿Cree que es capaz de poseer la verdad de saber qué necesitamos?... ¿O siente que su verdad es tan grande que supera todas las posibilidades y senderos que se enrumban por lo desconocido: Tan ignorante puede ser quien busca en otros lo que está en él, como quien cree saber qué necesita quien ya es capaz de observarse... ¿Cómo alguien que dice constantemente que no sabe nada puede pretender que otro que tampoco sabe confíe en él?... ¿Un ciego guiando a otro?... En más ocasiones de las que pudiera parecernos, sólo el estar ahí, con el otro, sin intentar convencerlo de nada, sin decirle nada sobre lo que ha de hacer o cómo actuar, es la mejor respuesta de guiar que se puede prestar al compañero de camino, convirtiéndose la palabra guía en amor incondicional, en comprensión del sendero ajeno sin apartarlos de nuestro lado porque no hace lo que creemos según nuestra verdad, lo que esperamos de él; dentro de la creencia de que su camino, es algo que ya conocemos y recorrimos, que tenemos una verdad más elevada que la suya, porque así nos lo hizo creer el sentirnos más cómodos, o acomodados en el nuestro.
Cuando uno sale de la programación, la confianza en uno mismo es el único camino, en el camino único que cada uno de nosotros hemos de transitar en la constante evolución de la cual participamos, lo demás, puesto fuera, es buscar en otro, buscar fuera, y quien busca ser guía, sigue buscando fuera, por muy bien que se sienta en sus personales profundidades, y sintiendo de vez en cuando, increíbles comprensiones sobre pequeñas partes existenciales.
Isaac Fernández de la Villa.
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