Si bien el arrepentimiento y reconocimiento de nuestros errores es el primer paso para corregirnos, lo que cosechamos hasta este punto dará su fruto, tarde o temprano. La ventaja al darnos cuenta, es que podemos dejar de sembrar aquello que traerá frutos que no nos interese, que ya no los reconozcamos como convenientes de experimentar, y así sembrar frutos que nos traigan otro tipo de experiencias; cuando superemos las dificultades que vendrán de las siembras desafortunadas, las cosas no tendrán más remedio que mejorar. Por esto que se recomiende lo siguiente:
“Tratad a los hombres de la manera en que vosotros queréis ser de ellos tratado. Si amáis a los que os aman, ¿qué gracia tendréis? Porque los pecadores aman también a quienes los aman. Y si hacéis bien a los que os lo hacen, ¿qué gracia tendréis? También los pecadores hacen lo mismo... amad a vuestros enemigos, haced bien y prestad sin esperanza de remuneración, y será grande vuestra recompensa...”
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